"No saber acariciar a una mujer es peor que no saber escribir". (-Giacomo Casanova).
Mi buena amiga, una madre de tres hijos, de repente se enamoró. Se conocieron en el Caribbean Club, durante la presentación de una obra de teatro sobre sexo, café y seis cabañas de verano, cuando entre ellos se encendió la chispa del amor. Los jóvenes se intercambiaron contactos y así comenzó un verteginoso romance. Él le entregaba ramos de boutique envueltos en raros ranunculos y le compuso además tratados de amor. Le obsequiaba bragas (o calzones) calados y galletas "Kamasutra". Fotos de los templos eróticos de Khajuraho y tarjetas retro en blanco y negro, en las que unas señoras rizadas con senos pesados yacían en sábanas de seda. Le prometía besarle los hombros y los tobillos durante horas interminables. Masajearle su cuerpo con un gel-nuro especial. De mostrarle la estrella más brillante en la constelación de Eridani.
Después de dos meses de hábil asedio, la mujer se dió por vencida y finalmente el día "X" fue designado. Alquiló un apartamento y se preocupaba por el champagne con el sabor a los pétalos de la rosa, sobre las naranjas, los mangos y el cheddar joven. Solo cuando la relación culminó en el sexo, todo sucedió como los infusorios-tufelek. Él, como actuando por turnos, la besó en los labios, le sopló en el ombligo y de inmediato procedió al 'postre'. Ella no tuvo tiempo para recordarse, como el hombre joven dió un grito de triunfo, saltó de la cama, realizó con el culo flaco un stand-Yumbu, se metió en el baño y salió de allí ya bien vestido.
La locura desapareció como por encanto.
A la segunda dama le sucedió todo al contrario. La mujer se había divorciado hace ya mucho tiempo y vivía con su hijo que estudiaba en la zona del instituto KPI. Durante varios años, en su trabajo, le cortejaba su jefe: un hombre interesante de unos 50 años, que se parecía a Paulo Coelho. El jefe llevaba una pequeña barba limpia y elegantes chaquetas con parches de cuero. Pax Terpko, practicaba yoga y viajaba mucho.
Hablabla poco y nunca se pasaba de la raya.
Recietemente celebraron con sus compañeros el 8 de Marzo. Le obsequió a todas las mujeres un certificado para acudir a un SPA, sirvió copas de vino Madera y les invitó dulces de "Volkonsky". Pronunció un brindis, citando a Khabensky, y al final de la fiesta la invitó a ella a su casa. ¿Por qué será que se puso de acuerdo?.
Regresó a su casa de tarde por la mañana, pero emocionada, acariciada y feliz. Resultó que hicieron el amor toda la noche, el jefe la exitó, literalmente como si fuera un raro y antíguo órgano de barril. La condujó hacia un estado emocional que sencillamente requería de acciones más descisivas, y que después gritó por primera vez en su vida, rasgando las sábanas en dos lugares.
De modo que, un buen amante es ante todo aquel que todo lo tiene en orden en la cabeza, y sólo después ya la potencia viril. Él no penetra en una mujer fría, al igual que no se mete en un automóvil que pasó la noche en un frío de veinte grados bajo cero y que no parte a la velocidad de cien kilómetros por hora. Se da cuenta de que es imposible planchar con una plancha fría y hacer hervir el café, sin encender la cocina. Porque podría suceder como en ese chiste: Cuando el esposo se quejaba de que no se recordaba cuándo fue la última vez que tuvieron sexo. Su esposa le respondió sin inmutarse: "Pero yo si recuerdo. Es por eso que ya no lo tenemos más".
© Del libro en idioma Ruso de Irina Govoruja.
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Traducción y adaptación de MPA. (Ref.: The-RusGirl.ru; Irmagov.com; Psyfor.life)